lunes, 20 de julio de 2009

Los niños de rosa y las niñas de celeste


Miriam Yucuté NOSOTRAS TAMBIÉN CONTAMOS...

Desde que nacemos, los seres humanos venimos al mundo etiquetados. Si nacemos niñas, toda nuestra ropa, utensilios para alimentarnos y adornar la cuna, serán de color rosa. Si nacemos niños, la ropa, juguetes y adornos del dormitorio deberán ser de color celeste. Es por ello que para los baby shower, las invitadas buscan colores que se suponen neutros, como el amarillo pálido y el verde menta, si es que aún no se conoce el sexo del nuevo ser.

Ya se sabe que las niñas tendrán una educación orientada hacia la realización de las labores domésticas, el cuidado de la prole y otras tareas “afines a su género”. De igual manera si son niños, tendrán una educación orientada hacia la realización del trabajo en la calle, juegos bruscos y violentos muchas veces, también “propios de su género”.

Pero ¿quién o quienes han determinado que los colores, el trabajo o la diversión tienen exclusividad de género? Me pregunto ¿en dónde están calcadas con sangre y en piedra tales normas de conducta?

Si partimos de la premisa que el sexo de los seres humanos está determinado biológicamente, en tanto que el género es una creación cultural, podremos desmitificar tal situación.

Culturalmente se ha establecido que el rosa es para las niñas y el celeste para los niños, pero bien podría haber sido a la inversa. Si a las niñas se les hubiera adjudicado el género masculino y a los niños el género femenino, las cosas serían diferentes para unas y otros. De haber sido así, los niños jugarían con las muñecas y estarían relegados al ámbito privado de sus hogares, cuidando a los hijos y esperando a sus cansadas esposas al volver del trabajo, para llevarles las pantuflas, servirles la cena y complacerlas en la cama. Por su parte, las niñas jugarían con carritos, soldados y armas de todo tipo y al crecer, se desenvolverían en el ámbito público “tal como debiera ser”.
Esta creación cultural machista, ha originado toda una serie de mitos y estereotipos en derredor de los papeles que hombres y mujeres deben jugar dentro de la sociedad. Esta cultura ha echado raíces tan profundas que tanto para mujeres como para hombres es difícil visualizar una sociedad diferente, en donde haya igualdad de derechos y condiciones para el desarrollo de toda la humanidad, sin distingos de género.

Existe la tendencia a creer que esta cultura machista impera sólo en algunos estratos sociales, pero no es así. No importa el grupo social, el nivel educativo, el grupo étnico o posición económica, los hombres siempre tratarán de estar por encima de las mujeres, sea de forma sutil o deliberada.

Baste recordar que en Guatemala, a mediados del siglo pasado, la educación superior estaba destinada solo para los hombres. Imposible pensar en que una mujer pudiera acceder a la universidad y mucho menos egresar graduada de ella. Afortunadamente hoy las cosas están cambiando: cada vez más mujeres se incorporan al campo laboral, desde la política, la economía, la medicina, la ciencia y las artes –entre otras muchas especialidades-. Los ejemplos abundan y están a la vista.

Que los distinguidos caballeros no quieran darse cuenta que el mundo está cambiando y con él también la humanidad, es otra cosa. Que no quieran aceptar que la capacidad e inteligencia de las mujeres las coloca no solo a la par, sino muchas veces por encima de ellos, es poco creíble. Ya es tiempo que hombres y mujeres tengamos conciencia de la importancia que tiene para el desarrollo de la sociedad en general, la participación activa y decidida de las mujeres en todos los ámbitos.

Las mujeres deben seguir luchando por acceder a los espacios que les han sido vedados, sin cargos de conciencia generados por la misma sociedad machista, que les endilga el “abandono del hogar” –por ejemplo-, como si la responsabilidad fuera únicamente de ellas. Por su parte, los hombres deben apoyarlas en una causa común: el bienestar de sus hogares y el propio, de las sociedades modernas y en última instancia, el desarrollo y bienestar de toda la humanidad.

Los hombres no deben olvidar, que al fin y al cabo, el empuje de las mujeres ya no lo detiene nada ni nadie. Y que no se trata de tirarnos los platos a la cara, sino simple y sencillamente de aprender a convivir mejor, dentro de un contexto de equidad de género, que permita a hombres y mujeres desarrollarse por igual, entendiendo que no hay ninguna tarea inherente a hombres y mujeres, predeterminada ni por voluntad divina ni por la naturaleza. Recordemos que no hay peor ciego que el no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír.©

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